El pueblo del Atlántico en el que se peleaban por el agua

El corregimiento de Chorrera esperó 312 años para tener el líquido con calidad.

unnamed“Este pueblo sufrió mucho por la falta de agua potable y eso que teníamos un arroyo grande y pozos alrededor. Hubo una época, hace poco años, en la que la gente del Barrio Abajo quería conectarse a una tubería precaria que había en la zona más cercana, a donde se recogía el agua de un pozo, pero los habitantes de ese sector no dejaban que se pegaran, porque después quedarían ellos perjudicados”, explica César Cantillo Santiago, el inspector de policía de Chorrera, uno de los tres corregimientos que tiene el municipio de Juan de Acosta, en el noreste del Atlántico.
Y agrega a renglón seguido: “Semanalmente había unas cuatro peleas a puño limpio y discusiones a montón por este tema. Es más, cuando había fiesta y los hombres tomaban, el motivo de las peleas no era falta de ron, sino de agua. Esas situaciones fueron constantes durante unos cinco años, como desde el 2003 hasta el 2007”.
El principal problema que tuvieron los chorreranos durante 312 años, el mismo tiempo que tiene de fundado el pueblo, fue la falta de agua potable. Sin embargo, es un pueblo que cuenta su historia a través del preciado líquido.
A pesar de que el corregimiento está atravesado por el arroyo Grande de Juan de Acosta, el cual ahora es solo un camino de tierra blanda, y que además tiene múltiples corrientes de agua subterránea, los habitantes de Chorrera, que ahora llegan a 1.080, tuvieron que pasar mucho trabajo para poder tener los cántaros del baño y de la cocina llenos.

Recuerdos

Cantillo, quien tiene 45 años, recuerda que cuando era niño, las madres y las muchachas tenían que ir a la orilla del arroyo para lavar la ropa. Allá cavaban pequeñas pozas de un metro de profundidad, donde empezaba a brotar agua cristalina. En otros casos tenían que caminar un trecho no muy largo para aprovechar el agua del arroyo.

“Uno venía del colegio, que quedaba en Juan de Acosta, a unos 45 minutos caminando, y podía ver en la orilla del arroyo a decenas de mujeres lavando y tendiendo ropa. Eso era todos los días”, explica, mientras barre el sudor de su frente con el pulgar derecho.

Para esa misma época, los hombres tenían que levantarse hacia las cuatro de la madrugada y subir al acueducto (un pozo comunitario) para llenar los recipientes que diariamente se usaban en las labores del hogar, la alimentación, y el consumo.
“Cuando uno llegaba al acueducto a recoger agua tenía que esperar un buen rato porque toda la comunidad estaba en las mismas. Al llegar el turno, al que le tocaba, ponía a llenar los baldes y galones, mientras se daba un baño, porque ni de fundas los hombres cargaban los recipientes para bañarse en su casa. Eso significaba un doble viaje”, cuenta Manuel
Ahumada Morales, campesino de 52 años, quien hace tres años tuvo que convertirse en albañil, a raíz de los embates de la sequía y el Fenómeno del Niño.

En la tarde, otro grupo de hombres iba al acueducto a bañarse después de la jornada de trabajo. Cuentan que era degastante y tedioso ir al centro donde acopiaban agua porque las labores del campo son arduas.

La peor época, la de las peleas, vino cargada de unos cambios arbitrarios por parte de la población. Los más afectados hicieron pozos cerca de los barrios retirados y reabrieron otros que estaban sellados. En últimas, un joven vendía el agua a domicilio. Los recipientes, dependiendo el tamaño, costaban entre 300 y 500 pesos. Él se encargaba de llevarla a las casas usando carretilla, burro, o moto. El ‘mensajero del agua’ se llegó a ganar hasta 50 mil pesos diarios.
Otra de las complicaciones que hubo cuando el pueblo estaba dividido en los que tenían acceso parcial al agua y los que no, fue que los que salían hacia Barranquilla o hacia algún municipio cercano a hacer una diligencia, tenían el compromiso de traer agua para el consumo. La incomodidad de los viajes en moto o carro era total por tener que cargar con tanques.
Llegó un momento en que el acueducto, que siempre era reparado por los aspirantes a la alcaldía en época antes de elecciones, fue deteriorándose, tanto que el agua empezó a contaminarse con arenilla y otros sedimentos. “Ahí fue cuando sentimos, en realidad, la importancia del agua”, aseguró Ahumada.

Estudios de organismos de salud y los médicos que iban a la población aseguraban que la mayoría de enfermedades y problemas gástricos que sufría la población, sobre todo los niños, se debían al consumo de agua no tratada. Los males más comunes en los chorreranos eran los cálculos en los riñones y los intensos dolores de estómago.

Un giro de 180 grados

“Cuando llegó la empresa Triple A se acabaron las peleas, gracias a Dios”, dice César con un ademán de descanso.
“Si la administración departamental y la alcaldía no le hubiesen prestado atención, a tiempo, a este problema, los conflictos hubiesen aumentado, quizá hasta un muerto hubiese sido el resultado de esta necesidad”, continuó.

En el año 2009 iniciaron las conversaciones de la comunidad con Edelberto Echeverría, el alcalde en turno, sobre la problemática, la cual no daba más espera. A finales de 2013 empezaron las obras, que fueron realizadas con mano de obra del pueblo. El proceso de ejecución duró ocho meses.
“Nuestra agua viene del tanque Las Delicias, ubicado en el norte de Barranquilla, llega a Tubará, luego a Usiacurí, y desde ese municipio se desprenden un poco más de cinco kilómetros de tubería, de seis pulgadas de diámetro hasta Chorrera”, explica Cantillo.

La inauguración del acueducto fue el 17 de julio de 2014. Ese día hubo una gran fiesta, en compañía de funcionarios del Ministerio de Vivienda, la Alcaldía y la Gobernación.
“Los primeros tres meses llegaba el agua esporádicamente, luego el servicio mejoró. Actualmente es una rareza que se nos vaya”, asegura Ahumada, dejando ver una sonrisa de satisfacción, debajo de un tupido y despeinado bigote canoso.

Historia de los pozos

En Chorrera, los ancianos recuerdan que hubo cuatro pozos importantes para la supervivencia del pueblo. El primero, hacia la década del 50, funcionaba a través de un molino. El segundo, que fue construido por un particular, funcionó en los años 60 y era administrado por Luis Felipe Molina, un hombre querido por la población. Luego, en 1974, la Gobernación y la Alcaldía crearon otro pozo al sur del corregimiento, lo que actualmente se conoce como el Barrio Arriba. Este fue entregado a una junta comunal que lo manejó hasta inicios de los años 90. En 1992 nuevamente el ente departamental y el municipal hicieron otro pozo que funcionó bien hasta el 2003.

Chorrera quiere seguir

Hablar del agua en Chorrera actualmente es referirse a lo que más cuidan y valoran sus habitantes. “Hay mucha gente que tiene conciencia ambiental. Por la condición en la que estábamos, muchas fundaciones y organismos nos enseñaron mucho sobre el control, tratamiento y buen uso del preciado líquido”, indica Cantillo.

De las novedades, en el corregimiento se puede hablar sobre el servicio de recolección de basuras, el cual empezó a funcionar hace cuatro meses en manos de la firma Interaseo.
“Ahora el problema es la deforestación en los alrededores del pueblo, pues muchos campesinos que han perdido sus cultivos con la sequía y el Fenómeno del Niño optan por talar para vender leña o carbón de leña”, asegura Ahumada arrugando la boca, demostrando preocupación.

El pueblo que sufrió por la falta de agua ahora está contento con la promesa de la Gobernación de reconstruir del único que tiene el corregimiento. En diciembre debe estar listo.

La artesanía, uno de los fuertes de la población en lo que respecta a la economía, avanza a pasos agigantados, tanto así que hay negociaciones con el interior del país y el exterior.

Lo que hace falta ahora es el alcantarillado, que según Cantillo, ya fue firmado para el municipio y San José de Saco, otro de los corregimientos.

La labor de la Triple A en Chorrera

La empresa de saneamiento básico Triple A, actual operadora del acueducto de Chorrera, fue la que aportó los diseños de obras de conducción de agua potable del corregimiento.

Con este proyecto se benefician 1.250 personas que reciben el suministro las 24 horas del día, gracias a la inversión de 973 millones de pesos que realizó el Gobierno Nacional.
El convenio para ejecutar este proyecto se firmó en el año 2012, en Juan de Acosta. En el evento estuvieron presentes distintos representantes del Ministerio de Vivienda, la Gobernación del Atlántico, la Alcaldía de Juan de Acosta, el Fondo Financiero de Proyectos de Desarrollo (Fonade), el Viceministerio de Agua y la Triple A.

Las obras del sistema de conducción de agua potable se concentraron en la vía Baranoa-Juan de Acosta, donde se instalaron 5.700 metros de tubería de polietileno de 160 milímetros. Adicionalmente se pusieron al servicio 5.050 metros de redes de distribución y 241 acometidas en el corregimiento.

Las obras en Chorrera hacen parte de los proyectos de acueductos veredales aprobados por el Gobierno Nacional.
La comunidad desea que el alcantarillado sea liderado por la Triple A.

Por: El Tiempo
Riohacha, 24 de agosto de 2015

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